El Parador de Ketama

No elegimos dónde nacemos. Nos nacen. 

El baile de la vida  nos hace danzar compases admirables y en otras ocasiones no  entendemos qué música está sonando.¡ Pero qué bello es ser aceptado para formar parte de la vida de una buena persona!.

Sentadas frente a frente. Aspirando el aroma del café preparado con esmero de una forma muy especial -que queda para nosotras, y que me dibuja una fresca sonrisa-, al abrigo de una chimenea y por pared la naturaleza viva a través de un cristal de dimensiones magníficas.  Hablando horas y horas del Parador de Ketama, de las montañas del Rif, de los viajes a Melilla, Tetuán o Tánger, del día de su Puesta de Largo, de las personas que le han ido aportando Amor a su vida, de su hijo.

Cerrar los ojos mientras su discurso te hace sentir  entregada  al olor de hierba mojada por la lluvia bajo las pisadas de caballos, el ir y venir de los huéspedes del parador, el brillo de sus ojos al evocar todos estos recuerdos, casi podías imaginar a esa niña escondiéndose detrás de su timidez y aprendiendo de todos.

 Escondida detrás de la escalera, hilvanaba las  historias que su mente iba conformando en su mundo de fantasía. Soñaba ser como las otras niñas de su edad, pero era diferente. Diferente porque no podía bailar o correr como sus compañeras, pero su diferencia radicaba en su sensibilidad, su bondad y sus ganas de absorber la vida a través de los libros. Su refugio,  sus poemas, y su  bendición, la humildad.

La adolescencia despertó sentimientos, amores, que después le ha concedido la vida de una forma u otra. «Milagros» como a veces repetía. Hasta hubo un eclipse de sol que le hizo vibrar el alma.

 Agradecida siempre a la vida. Agradecida.

No elegimos dónde morimos. Pero sí dónde queremos descansar.

Feliz descanso. Gracias por ser y por estar CGdCS

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