NO DEJES PASAR NI UN MOMENTO EN TU VIDA
Le pregunté a Madeleine que me contara alguna de las historias vividas y se puso un poco triste. De unos años a esta parte la pérdida de amigas había sido como un bombardeo donde se para el tiempo y sólo aparece la palabra CÁNCER. Esa enfermedad que de pequeños no nos la quieren pronunciar, es como si de una navaja afilada se tratase: irrumpe en tu camino sin permiso y te sesga la vida de un día para otro.
Ya entrada la primavera, el domingo invitaba a dar un paseo. Me coloqué las zapatillas y el chándal, y salí a la calle en dirección a la playa.
Me gusta andar a solas porque el silencio es un buen compañero cuando solo necesitas sentir el sol en tu cara, y no pensar en nada más que en el disfrute de cada paso sobre la arena: desde la punta de los pies hasta el talón, igual que el balanceo de una mecedora. Empiezas tomando consciencia desde tus pies, y parece que te digan lo agradable que resulta.
El mar estaba tranquilo y sus aguas parecían cubiertas de plata, me hace sentir bien, feliz. Ahí ya notas unos brazos salados que te acarician el cuerpo. Y esbozas una sonrisa. Plena fusión con la naturaleza.
De vuelta a casa, la vi. También parecía que había disfrutado de una buena mañana. Por el color rosado de sus mejillas supuse que el paseo había sido más bien deportivo y no contemplativo como el mío.
De lejos no nos reconocimos, pero a medida que nuestros pasos se acercaban, las miradas se cruzaron de forma diferente a otras ocasiones. Antes eran ausentes, sin vida, como se mira a un desconocido: y ahora, en este preciso momento, aportamos ambas un brillo especial en la mirada que salía desde el corazón. Lo sentí como una caricia, como un abrazo.
Por mi cabeza pasó la pregunta a la que no he encontrado respuesta en años o, más bien, no he tenido valor para descifrarla. Las circunstancias personales de cada una eran bien diferentes: ella más atrevida, yo más retraída. ¿Qué es lo que nos separó? No fue cosa de chicos, seguro. No recuerdo peleas significantes ni de ningún otro tipo. Tal vez el estudiar carreras distintas y frecuentar a otras gentes, pero aún no parece motivo suficiente para deshacer una amistad casi fraternal.
Ese día, después de saludarnos, nos despedimos. Noté que ambas teníamos ganas de estar juntas y había llegado el momento de hablar de nuestras experiencias vitales después de tantos años. Algo nos bloqueó y no surgió la propuesta por ninguna de las dos. Siempre piensas que quedan días para posponer cualquier cosa.
La vida no espera que se den las oportunidades especiales para que se cumplan las expectativas que deseamos. Cuando se presentan hay que aprovecharlas, si es lo que realmente quieres.
En nuestro caso, la vida no nos permitió reservar un tiempo para avivar los recuerdos delante de una taza de café humeante, unas pastas, unas sonrisas…
Una grave enfermedad te llevó sin siquiera darte un abrazo o mirarte a los ojos del alma. Me quedo con el último encuentro que nos trasladó a cuando éramos adolescentes y el mundo era nuestro.