Todas las mañanas salgo a pasear, casi siempre por los mismos lugares. Podría ir solo y con los ojos cerrados. Vuelta a una o dos manzanas y a casa. En verano, si hace calor el paseo es muy corto y en invierno también porque hace frío; pues no depende de mí.
Me cruzo con amigos y amigas que también hacen lo mismo; minuto arriba, minuto abajo. Creo que ya nos reconocemos por el olfato.
Cuando tenemos ocasión de charlar un poco, coincidimos en las ganas de vivir experiencias nuevas. Conocer otros lugares. Disponer de un poco de libertad.
El lunes pasado coincidimos con un amigo alemán, de otros años, que volvió al pueblo a pasar las vacaciones. Nos quedamos embobados con las cosas que nos iba contando. Se mostraba con cara de asco, cuando pisaba nuestras aceras. ¡No entendíamos nada de su comportamiento!
—Cuando fui a vivir con mi familia a la nueva casa, me contaron que antes de entrar, un equipo del ayuntamiento tenía que revisar si la vivienda cumplía las condiciones adecuadas para un miembro más. Hablaban de mí. No me pareció extraño porque en mi país se funciona así. No tengo conocimiento de otros países, pero si este verano encontramos a otros extranjeros, les preguntaremos.
Todos sus amigos vivían en casas de campo o viviendas con grandes patios. ¡El sueño de todos nosotros, que cohabitábamos en escasos metros toda la familia!
Tampoco entendía que hiciéramos nuestras necesidades en plena calle. En cualquier lugar. Esquinas oxidadas, mojones perdidos a cada paso. Nos preguntó si se nos había ocurrido pensar en las personas ciegas que puedan pisarlos, en los que van en silla de ruedas y se encuentran el regalito en las manos, y tantos y tantos inconvenientes.
–¿Pero es que aquí no tenéis parque específico para vosotros?
–No. Apenas un trocito de tierra que le llaman pipican, aunque muchas veces el agua no funciona. Y apenas se sabe ni dónde está. Donde sí disfrutamos es en una playa adaptada.
—Nosotros no tenemos por qué saber dónde hacer pipí ni soltar el mojón. Muchas veces nos pasean tan rápido que apenas podemos desahogar con tranquilidad. Echan un poco de agua y con eso resuelven el problema. Sea en la puerta de casa, delante de un garaje o en una esquina. Algunos llevan bolsita, recogen la caca y a veces un chorrito de agua. Ya estás viendo, nosotros vamos atados y no podemos decidir. Son nuestros dueños quienes se ocupan de nosotros.
Es verdad que no todos son iguales. Hay personas muy concienciadas con los animales.
Las ciudades y los pueblos, si quieren mascotas, deben crear espacios adecuados para que el resto de la población no tenga que ir sorteando calles con olores putrefactos o mojones olvidados y misteriosos que a veces se ocultan al abrigo de un trozo de papel.
Eso es lo que pienso yo, tu perro.
¡Guau guau!
2 respuestas
L’experiència vista per la nostre mascota.
Denuncia i fa aprendre atendre i mirar al propietari perquè el respecte a ella i també a les persones que utilitzen la via publica.
D’una manera original de fer pendre consciència de la situació.Bravo!
Que verdad más grande,los ayuntamientos o a quien corresponda poner una solución, un escrito muy bien enfocado para un gran problema7