He de señalar que, según las compañías de vuelo, si llevas una mochila que no cabe en un cuadradito tipo cubito, te hacen facturarla. No a todos, claro. Por eso a veces hay que mirar más y preguntar menos.
Nuestro avión estaba preparado para salir, y los controladores de Austria aconsejaron que nos entretuvieran durante una hora dentro del avión.
-Señores pasajeros, el capitán les informa que las condiciones meteorológicas en Europa son muy malas. Mientras tanto pueden pasar a la cabina de control los niños y hacerse fotos.
Giré la cabeza y los niños median más de 2 metros. ¡Total una hora da para mucho!
El despegue y alguna turbulencia leve no provocaron el aplauso que antaño se hacía al aterrizar. Es más, aún no permitían desabrochar los cinturones de seguridad, ya estábamos todos preparando la salida. La azafata, cual maestra de colegio, nos mandó sentar de una voz. Lo dijo en inglés porque cuando alguien se cabrea, le sale más auténtico en su idioma.
Fuera de esta anécdota, ni siquiera el retraso sirvió para darnos unos cacahuetes o unas pipas. Aunque menos mal porque uno de ellos pasó con un cajetin diciendo:
– ¡Aqui traigo los bocadillos que han sobrado de esta mañana!
Por un momento pensé que estaba en un centro comercial: ¡tenemos oferta de refrescos, bebida con o sin alcohol!
Después de comer, siguió la exposición de perfumes para hombre, mujer; con un 20% de descuento porque al día siguiente cambiaban la revista que mostraba todos los artículos.A mi me pareció que no estaba muy manoseada para cambiarla; también es cierto que cada día se repetiría la misma oferta. Os lo contaré cuando regrese.
Eso una y otra vez. A parte de los llantos y voces de los niños que, al menos, podían expresar el fastidio del retraso. Los ruidos raros del avión, como si faltará engrasar alguna pieza. ¡ Vaya, una locura de viaje!
El cansancio se instaló en mi cuerpo y, menos mal que nos aguardaba un coche para el traslado al hotel que estaba cerrado y llamamos al timbre. Apareció un joven al que no le debió sentar muy bien entorpecer su siesta nocturna. Lo espabilamos con nuestro espaninglish.
No habíamos cenado. Una cosa es el cansancio y otra la barriga.
-¿Qué creéis que estaba abierto a esas horas cerca del hotel? Pues sí, por decirlo fino, un establecimiento oriental que tenía lo que quisieras. Desde envasados, dulces y fruta fresca del tiempo de la tienda. Lo mismo que en todas, unos ojos clavados en el móvil, y las manos acercándote el datáfono.
Mi cuerpo se imantaba con la cama e hizo que me lavara los dientes con una pasta no dentífrica. De eso me di cuenta a la mañana siguiente. No paré de reírme en un buen rato. No insistáis en que os diga qué le puse al cepillo, porque fué tan tan raro…