Por mucho que pase el tiempo hay preceptos que se mantienen intactos en determinadas religiones motivados por la cultura de la fe aprendida desde pequeños. Por otro lado, hay personas que se limitan a dejarse llevar por las normas sociales en muchos aspectos de la vida. Ejemplo de ello es que hace unos años estaba la creencia de que se debía bautizar a los recién nacidos a los pocos días por si su salud se complicaba.

En cualquier caso, este tema no es el que nos va a ocupar en el capítulo de hoy de nuestro querido amigo.

Recordemos que Chano nació en casa, como casi todos los niños en los años cincuenta y sesenta; para los más jóvenes diremos que era una práctica habitual. Existían hospitales, pero las comadronas se desplazaban a los domicilios para ayudar a nacer a los niños y niñas, con muy pocos materiales, pero cargadas de experiencia. Visto ahora era un riesgo bastante alto porque en algunos casos se utilizaban palas para facilitar el alumbramiento y no siempre el resultado daba buenos frutos. Tampoco tengo información suficiente para explayarme sobre lo que no conozco.

El nacimiento de Chano dejó a su madre extenuada. Los casi cuatro kilos que pesó al nacer iban a ser el preludio de una larga temporada de reposo absoluto para su madre.

Chano, sin llegar al mes de vida irradiaba expectación. Recordemos que su cuna fue una inesperada caja de patatas.

 

Después de un tiempo prudencial desde el parto, mis padres se plantearon organizar mi bautizo. Tan lejos de la familia materna y paterna, el acto iba a ser muy sencillo.

Vivíamos en Gadir y a mi madre le hacía ilusión que los padrinos fueran su hermana y su esposo que residían en la zona del Levante español.

Con la red viaria actual y un coche normalito, tardarían unas cuatro o cinco horas, pero recordemos que en esos años ni las carreteras estaban en condiciones ni el transporte público estaba organizado si tenías prisa. Podías salir desde Alicante a las cinco de la mañana y llegar a Gadir a las nueve de la noche perfectamente.

Llegó el día del bautizo y, aunque la iglesia estaba cerca, decidieron coger un taxi porque mi madre se sentía muy cansada. Entramos a la iglesia y el párroco lo tenía todo preparado. Preguntó:

─¿Y quienes van a ser los padrinos? ¿Vienen en otro taxi?

Mi padre, todo confiado, le contestó al cura que estarían al caer, que venían de fuera y que estarían aparcando.

─Pues en ese caso esperaremos unos minutos ─contestó.

Acabando de decir esas palabras sonó el teléfono en la sacristía y don Filipo, que así se llamaba el cura, descolgó el teléfono. Al otro lado oyó una voz entrecortada que no entendía muy bien hasta que este le pidió que se sosegase un poco. Lo único que pudo entre oír era que quería hablar con mi padre. Don Filipo preocupado porque no sabía de qué se trataba, quién era y qué era eso tan importante para que un desconocido llamase a su iglesia preguntando por mi padre.

─Mire ─le comentó─ me ha llamado un señor muy angustiado preguntando por usted, pero no he podido sacarle más información. Parece que estaba en una cabina telefónica y decía que le quedaba poco dinero y que se iba a cortar la comunicación.

Cuando mi padre cogió el teléfono enseguida reconoció la voz de mi tío. No iban a poder llegar a tiempo. Estaban por Sevilla y se les había pinchado una rueda del coche sin encontrar a nadie que se la pudiera arreglar. Y, además, salía humo por el capó. Como muy pronto estarían en Gadir a la mañana siguiente.

Don Filipo puso el grito en el cielo y, aunque tenía buena relación con mi familia, también tenía su cachito de mal genio.

─¡El bautizo estaba previsto para hoy y no se puede demorar por más tiempo! Tengo una lista de espera demasiado larga para hacerle hueco otro día. ¡El niño debe ser bautizado ahora mismo con o sin padrinos! ¡No puede seguir más tiempo en pecado!

Mi padre, con la racionalidad que le caracterizaba ni siquiera le contestó. Solo le dijo, en diez minutos arreglo el asunto.

Salió a la calle donde aguardaba el taxista y le dijo:

─Antonio, se ha presentado un problemilla fácil de resolver si puedo contar contigo.

─Lo que esté en mis manos señor, cuente con ello.

─Se trata de representar por poderes al padrino de mi hijo que no podrá estar en la ceremonia.

─Cuente conmigo, faltaría más, pero una cosa, debe tener también una madrina, ¿verdad?

─No se preocupe, de momento ya le tenemos a usted.

Casualmente, en ese momento pasaba por allí una amiga de mi madre que, al ver a mi padre, se dirigió a él y le dijo:

─¡Hola qué alegría verle! ¿Usted por este barrio? ¿Y su esposa, cómo se encuentra después del parto? ―Se notaba que tenía ganas de cháchara.

Mi padre le expuso la situación y, sin poner ninguna pega, dejó la bolsa de la compra dentro de confesionario y se ofreció como madrina suplente ―con lo peliculera que era, parecía que le habían dado el papel de su vida en una película de Hollywood.

Se ofició el bautizo con los padrinos postizos. El cura ya estaba más calmado y, cuando al ir a verter el agua bendita en mi cabeza, me resbalé de los brazos de mi madrina y caí dentro de la pila bautismal, berreando y dejando al cura como una sopa. Al estar fresquita daba respingos vaciando toda el agua por el suelo. Mis padres y padrinos rieron disimuladamente al ver la cara de don Filipo, ya que la presión inicial de no poder celebrar el bautizo les había relajado bastante.

Saliendo de la iglesia, mi padre observó de reojo al cura con las manos en la cabeza e invocando al Santísimo.

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