Acababa de sacarse el carnet de conducir y por aquel entonces no tenía dinero para comprarse un coche. Sus padres le enseñaron que las cosas se obtienen trabajando y, aunque le quisieron ayudar a pagar la autoescuela, él no lo permitió, ¡faltaría más!
Chano daba clases particulares en verano y durante el invierno iba sobreviviendo con trabajos temporales precarios e incluso sin contrato. Iba a decir que eran otros tiempos, pero creo que estamos más o menos igual que estábamos. Los jóvenes en aquellos tiempos tenían una vida laboral inestable; igual que los de ahora, pero no quiero salirme de una de las anécdotas de mi primo cuando cumplió los veintinueve años.
Entre las prórrogas de la mili y sus estudios universitarios, hasta que no obtuvo dinero suficiente no se matriculó en la autoescuela. Al contrario que sus amigos que deseaban cumplir los dieciocho años para sacarse el carnet, para él no era una de sus prioridades y lo fue relegando el mayor tiempo posible.
En casa le dijeron que podía coger el coche cuando lo necesitara y casualmente encontró un trabajo a pocos kilómetros de casa. Generalmente cogía el autobús, pero cuando se preveía que iba a salir tarde, le pedía el coche a su padre.
Los que vivimos en pueblos pequeños nos conocemos todos, sobre todo los de la misma generación. Aunque a veces también ocurre que se nos despista alguno que otro y, si ya son más mayores o más jóvenes que nosotros, a veces nos cuesta reconocerlos.
No es el caso de esta anécdota, pues el protagonista es el coche del padre de Chano.
Uno de esos días en que salió tarde del trabajo estaba parado en un semáforo en rojo, a la salida del pueblo donde estaba la fábrica, en un barrio de la periferia. Detrás de él varios coches que iban en la misma dirección, ya que la carretera era la única que unía a ambas poblaciones.
De pronto ve que se abre la puerta delantera del coche y entra un señor de mediana edad con una cartera negra dando las buenas noches:
—¡Hola! ¡Vaya nochecita la de hoy! Con estos truenos no tarda nada en caernos una tormenta gorda.
Eran casi las once de la noche y por la cabeza sorprendida de Chano no pasaba nada bueno ya que a esas horas no solía haber gente en ese lugar. La normal apariencia del señor contrastaba con la confianza que se tomaba al abrir la puerta del copiloto.
Acabando de decir la última palabra no le dio tiempo a cerrar la puerta del coche. Chano salió entre sorprendido y enfurecido. Se dirigió a él y lo sacó del asiento de forma poco moderada:
—Pero, ¿usted qué se ha creído entrando en mi coche?
—Pero, pero…
Al pobre señor no le dio tiempo a explicarse y se quedó parado viendo a Chano arrancar y salir disparado entre las pitadas de los cláxones de los coches que tenía detrás. Y por la escena tenía pinta de ser un intento de robo, nada raro en ese lugar por lo que nadie acudió en su ayuda.
Cuando llegó a casa, sus padres le preguntaron si había ocurrido alguna cosa porque se retrasó más de lo habitual.
Empezó a contarles lo ocurrido y su padre se llevó las manos a la cabeza.
—¿Pero, qué has hecho?
—¿Cómo que qué he hecho? Un desconocido que a esas horas se mete en tu coche aprovechando que el semáforo está en rojo, ¿qué quieres que haga? ¡Menudo susto me ha dado!, se excusó Chano.
Su padre le pidió detalles de cómo era su vestimenta y si portaba algo en su mano, corroborando Chano lo de la cartera.
¡Pero si es Álvaro! —dijo su padre–un vendedor de lotería que acude a ese semáforo cuando pierde el último autobús para volver al pueblo. Todos le conocemos y lo traemos a casa. Es muy habitual. Yo lo he traído muchas veces.
—Pues yo no lo conozco de nada, ni sabía de esas costumbres. Y si se sube en cada coche que para, irá asustando a otros como yo.
—Chano, mira que eres novelesco. ¿Cómo va a subir con desconocidos?
—¡Pues conmigo lo ha hecho!
—Contigo no, ha intentado subir porque conoce mi coche y yo siempre lo traigo. Al igual que con otros paisanos.
Al día siguiente, al lado del semáforo, allí estaba Álvaro. Chano paró y el otro empezó a marcar distancia entre ambos mirándole a los ojos, un poco asustado por los modales del día anterior y temiendo que se pudieran repetir. Chano, ya fuera del coche, insistió por activa y por pasiva en que le aceptara sus disculpas, que su padre se lo había explicado y lo quería llevar a casa.
Álvaro le dio las gracias, y le explicó que había reconocido el coche, pero no se había fijado en el conductor.
Una vez aclarado el asunto, aún le costó a Chano convencerlo para llevarlo a casa, pero ya conocéis todos a mi primo. Lo sentó, cerró la puerta del coche y al final el trayecto fue hasta divertido.
6 respuestas
Jajaja! Quina anècdota més divertida! Fixat el context, només fas que riure. Moltes gràcies per aquest ratet
Sols pel fet de provocar un somriure, ha valgut la pena. Gràcies.
Es curioso, cuando yo era joven .hacer autostop era habitual y estaba casi normalizado.
Ahora ,tienes que conocer a la persona que dejas subir.Aunque la situación no es la misma.
A veces el progreso es retroceso para algunas circunstancias.
Molt bo, una divertida anècdota que ens fa pensar
Hahaha!!! Divertida l’anecdota de Chano amb final feliç!
Aquí es veu com moltes vegades funcionem en modo automàtic, sense mirar sense veurà i creem situacions de desconcert.
Esta clar…ja que viure fent allò que fem. Gràcies per l’anecdota!hahahaha….