Mi árbol es grande. Frondoso. Forma un tronco muy ancho y ajado. Arrugado, pero fuerte. Lo noto porque su madera, a simple vista, parece frágil, como si se fuera a descascarillar en cualquier momento; pero cuando me encuentro en él, resulta todo lo contrario.
Visto de cerca es bonito. Tiene muchos pliegues que han guardado historias nunca contadas y que nos descubriría muchos sentimientos: unos amorosos y otros más amargos. Como vienen siendo las relaciones humanas.
Tiene ramas muy desiguales entre sí. Eso, tal vez, es lo que le hace parecer tan voluminoso desde cierta distancia.
Algunas brancas son gruesas y tienen pocas hojas, diminutas; otras están a punto de caer desgastadas por el sol y los días de lluvia o intenso frío. En cambio, hay otras más delgadas, que no frágiles; con hojas de un verde brillante, como si el rocío de la noche se hubiera quedado a descansar en ellas. No tiene frutos. De tenerlos, serían aromáticos. Tal vez un naranjo. Me envuelve el olor que despiden sus flores.
A un lado del árbol está representada la familia: hay muchas ramas caídas que no se van a recuperar, pero las pocas que quedan procuran que ese espacio no se quede desierto, sustentándose entre ellas.
En su día, era la parte más habitada del árbol. Recuerdo que las ramas estaban entrelazadas y, cuando más se divertían, eran los días en que el viento las arremolinaba unas encima de otras. Ramas, hojas, algún que otro pajarillo que se unía con sus trinos y se quedaba hasta el final de la fiesta.
La parte de los amigos sé que está en el lugar de siempre y, aun cuando no son muy abundantes, cada día descubres lazos que se van incorporando desde su savia. Me gusta y conversamos de mil cosas banales y otras más profundas. Vienen de otros árboles, a veces muy distintos al mío y eso me complace, me aporta experiencias nuevas muy interesantes. Algunos ya se quedan para siempre, y otras veces acordamos que cuando les apetezca vengan a tomar un poco el aire en nuestro hábitat.
El árbol está situado en una llanura al final de una colina. En un espacio que acoge a otras especies de la naturaleza: plantas, arbustos e incluso flores de mil colores. Sorprendentemente el suelo es árido, por eso a veces no me explico cómo ha salido un árbol tan grande y frondoso en una tierra tan tosca.
Las hojas están verdes incluso cuando el otoño irrumpe después del verano.
El árbol de la vida nos sorprende hasta cuando lo vemos reflejado en la naturaleza.
3 respuestas
No se puede explicar mejor la simbiosis que hay entre la naturaleza y el ser humano, es decir las dos naturalezas es una. Lo que se ve en un árbol es el reflejo de lo que somos, simplemente tenemos que creernoslo, y ahí se ve nuestra misión en la tierra.
Estamos aquí para comprenderlo, tenemos todo el tiempo del mundo.
Ostras! Que bé m’ho he passat! El teu arbre de la vida desprèn amor, agraïment per l’amistat i les novetats que et visiten en el dia las dia, com passen o venen per quedar-se.
Les mil pluges i sols l’aviven cada día .
Así somos las personas, como las ramas y hojas de ese árbol, distintas: gruesas, diminutas, a punto de caer, delgadas, no frágiles, de un verde brillante…
Que el árbol que formemos cada día sea grande y frondoso.